11 parts Ongoing La destrucción no siempre es una explosión repentina. A veces, es un susurro que te seduce lentamente, una caricia que promete consuelo mientras te arrastra al abismo. Eso éramos nosotros. Dos almas destinadas a devorarse mutuamente, atrapadas en un juego donde el dolor era el único premio garantizado.
Desde el principio lo supe. Lo vi en la intensidad de sus ojos oscuros, en la forma en que desafiaba al mundo con una arrogancia que lo hacía intocable. Vegeta era un muro, inquebrantable y orgulloso, pero detrás de esa fachada había algo que me llamaba como una llama a la polilla. Y yo... yo era igual de peligrosa.
Nacimos en mundos donde la lealtad se compraba con sangre y las traiciones se sellaban con balas. Las cicatrices de nuestras familias estaban tatuadas en nuestras pieles, y las reglas que nos habían impuesto eran cadenas invisibles que nunca pudimos romper. Aun así, cuando nuestras miradas se cruzaron por primera vez, todo lo demás dejó de importar. No había aliados ni enemigos, solo el instinto, puro y visceral, de destruirnos el uno al otro.
Éramos un desastre esperando suceder, un fuego que no podía apagarse. Y aun así, corrimos hacia él, sabiendo que la caída sería inevitable.
Porque siempre lo supe: éramos adictos a lo que nos destruía.