A los humanos siempre les gustó de sobremanera jugar a ser dioses, siempre estaban tentando a un mundo que no terminaban de comprender, obstinándose con tirar piezas mientras ignoraban el efecto dominó que desencadenaban. Era fácil, claro que lo era, apartar la vista y hacer como que las cosas que hacían no dañaban a nadie. Eran sencillo, tenían los mejores conejillos de indias que hubieran deseado, nadie lloraría por ellos, ni una sola lágrima sería derramada porque en sí no existían. Eran susurros en los rincones de las mentes de aquellos que los conocían; de aquellos que se esforzaban por olvidarlos: Eso resultaba menos doloroso.
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