A los humanos siempre les gustó de sobremanera jugar a ser dioses, siempre estaban tentando a un mundo que no terminaban de comprender, obstinándose con tirar piezas mientras ignoraban el efecto dominó que desencadenaban. Era fácil, claro que lo era, apartar la vista y hacer como que las cosas que hacían no dañaban a nadie. Eran sencillo, tenían los mejores conejillos de indias que hubieran deseado, nadie lloraría por ellos, ni una sola lágrima sería derramada porque en sí no existían. Eran susurros en los rincones de las mentes de aquellos que los conocían; de aquellos que se esforzaban por olvidarlos: Eso resultaba menos doloroso.
Después de ser rechazado por segunda vez por el Equipo Avatar, incluso después de ayudarlos con Combustion Man, Zuko decide dejarlos solos y buscar un lugar donde vivir.
pero después de una pelea contra soldados de la Nación del Fuego y caer en el lecho de un río.
Al ver su arrepentimiento y dolor, el espíritu del Sol y la Luna deciden darle una segunda oportunidad, enviándolo a otro mundo con otro destino y gente que lo apreciará y admirará.