¿Cómo se puede transformar un adolescente descendiente de una familia moralista y de buenas costumbres, en una persona presa de sus deseos instintivos en el que no reconocerá muchas inhibiciones a la hora de buscar una chica que le guste? Y es que a medida que las culpas se hacen inminentes, el deseo sexual sucumbe ante las caricias de chicas que van apareciendo en su vida (o que siempre han estado en ella) y que se van descubriendo o redescubriendo, sus curvas de señorita, sus sonrisas, lo bello de unas damitas dignas de admirar. Es admirable cómo de las idas a la misa y las confesiones, Richard jamás pensaría que se convertiría en lo que más odiaría en este mundo: Un libidinoso, un perseguidor de nuevas aventuras vetadas por la misma sociedad, esa a la cual el mismo pertenecía.
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