-Dios dijo, maldito sea el hombre que duerme al lado de otro hombre...
En serio quería matarlo, este tipo que estaba frente a todos, predicando la palabra, bueno, no quería realmente, pero si callarlo de alguna forma. ¿Por qué tenía que ser mi padre? ¿por qué? O quizás... él tenía razón y el problema era yo. Tantos pensamientos gobernaban mi mente, empezaba a sudar, está ansioso, creo que es un ataque, me desesperaba, de pronto todo se nubla en mis ojos.
-Respira. -Dijo Gabrielle, mientras se encontraban sus ojos con los míos-. - ¿Estas bien amor? -dijo casi en forma de susurro, a pesar de su constante presión por sincerarnos ante la gente igual me respetó mucho mi espacio; no es fácil asumir que todo lo que tu padre predica, su razón de vida, va en contra de lo que eres, esos son los problemas de ser yo, nada más y nada menos que el hijo del predicador.
Los siglos han pasado y la guerra entre el cielo y el infierno ha seguido desde el inicio de los tiempos, una tras otra sin encontrar nunca un fin, arrasando con todo en su camino, con el fin de obtener poder y someter a la humanidad en todos los sentidos.
El cielo está en guerra y un nuevo pecado intenta entrar a nuestros círculos, pelearemos para someter a todos aquellos que quieren tomar nuestra libertad y libertinaje por la fuerza.
Al igual que el mal también existe el bien, como en aquel cielo donde se nos ha prohibido entrar, donde habitan ángeles con cara de santos, de piel suave y una inteligencia sobresaliente para la guerra; para mí, hay un hombre que ha sido mi dolor de cabeza personal durante los últimos años, el único hijo del arcángel Gabriel, aquel chico de tez blanquecina y pelo dorado a quien planeo derrocar y someter igual que Rafael hizo con Asmodeo.
Soy el hijo del demonio de la ira y la reina de la lujuria y quiero al ángel más puro para mi deseo.