Los recuerdos son entidades caprichosas, no puedes fijar el día ni la hora exacta que conociste a aquella niña sin nombre. Júlia, sólo se acordaba de lo bien que lo paso jugando con ella en el parque y lo bonita que era. Fueron unas horas que le pareció estar al paraíso. Probablemente era verano y había visitado a sus abuelos paternos. No la volvió a ver más, pero jamás se olvido de aquella niña de pelo castaño, ojos marrones claros y de mirada tan adorable. Años después, en plena juventud, regreso al pueblo donde la conoció para zanjar unos asuntos personales. Nada más llegar se cruza con una bella chica conduciendo un tractor, que la mira y le sonríe. Lo que parece un mero trámite burocrático se convierte en la mejor aventura de su vida y el despertar de viejos sentimientos que no había sabido catalogar.
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