El vaivén de su espada raspando el suelo parecía un eco lejano, un preludio macabro de lo inevitable. Su mirada, fría como el acero que empuñaba se clavo en mis ojos, ya vacíos de esperanza. No rogaba por piedad, ni por una muerte rápida. Sabía que mi hora había llegado y que mis últimas fuerzas se desvanecían en la espiral de la desesperación. Mis movimientos eran ya meros reflejos, una danza involuntaria que me llevo a caer de rodillas, sostenido en mi claymore clavada en la tierra, como un triste último intento de resistencia. Mis respiraciones, entrecortadas y vacías, ya no eran mías, sino ecos lejanos que se desvanecían en un abismo oscuro. El dolor, borroso y distante, se disolvía como una niebla que se tragaba mi cuerpo, que ya no sentía ni respondía La cordura se terminó de romper cuando su espada atravesó mi pecho, un dolor tan profundo que ya no pude sentir nada más. El grito agonizante que se escapó de mis labios fue la última protesta de mi alma, pero él no lo escuchó. Mi visión se apagó mientras la sangre bañaba el suelo, y cuando ya no quedaba nada más, él también cayó.All Rights Reserved
1 part