He inmediatamente le abrí las piernas y le metí mi lengua hasta dentro. Al final, una vez más, se dejó hacer; y su corrida fue antológica. Se puso roja como un tomate, y cuando se le quitaron todos los miedos, ella misma me agarró la cabeza y se empeñó en restregar su ***** contra mi cara y mi lengua. Cuando sus piernas comenzaron a temblar y su flujo aumentaba, le vino un orgasmo de tal intensidad que pronto se le quitaron todas las malas ganas a que le metiese la lengua ahí abajo.