Se veía a sí misma en el espejo antes de salir. Con el pecho al aire y el cabello negro y suelto. Estilo y sensualidad mientras en las calles sus piernas largas y gruesas parecían perforar los minutos con su tenacidad. Natalia entre suelos grises y cielos azules se dibujaba en la mente una utopía. Su realidad no existía. Su hermosura no podía ver. A su alrededor, sus ojos podían ver los tentáculos sustitutos de cariño, aquellos llamados "piropos", asediándola desde lejos. Ellos se conocen un viernes en un café. Ella leía un libro de Poe mientras tomaba una taza para despertarse. Los ojos de él la atacan de una manera inexplicable, ella responde subiendo la mirada sobre las páginas y viendo aquellos ojos cafés encima de una sonrisa enjaulada en una tupida y bien arreglada barba negra que hacía contraste con una piel blanca y tersa. Usaba lentes. Dirige ella su mirada entonces al azúcar cayendo en su bebida antes de revolverla cuidadosamente y volver a las páginas del libro. Veía las letras pero no lograba concentrarse. Sabía que el hombre la seguía mirando, pero ella no despegaba sus ojos del libro. Unos pasos en el suelo de madera movieron al hombre hasta su mesa. -Hola, mi nombre es Omar- le dijo extendiéndole la mano. Ella bajó el libro y le saludó. -¿Te molesta si me siento contigo?- preguntó ya rodando una de las sillas con la mano. -Adelante- respondió ella. -Mi nombre es Natalia-. Él se sentó. -Es mi escritor preferido- dijo él señalando la portada del libro que ella aún sostenía abierto. Lo cerró con un separador en la página nunca leída y se tornó hacia él. Ella sonrió...