Aquel pueblo a las afueras de Seúl no tenía nada de especial, ni siquiera su clima, ni sus calles, ni sus escasas atracciones turísticas.
Lo que volvía único a Najuk era la gente que vivía allí y la vida que tenían. Venían de todos los lugares del mundo, eran completamente diferentes los unos a los otros, no todos se llevaban bien entre sí, pero habían conseguido formar una sociedad, y también una familia.
El pueblo solía ser tranquilo y apacible casi siempre, salvo cuando algún acontecimiento o situación fuera de lugar alteraba esa realidad.
Sin embargo, ésta nunca había sido rota por una persona en concreto. Nunca hasta aquella fiesta, un anochecer caluroso y emocionante de julio. Esa noche apareció un chico que nadie había visto jamás, y que sin embargo cambiaría la vida de muchas personas.