Mi vida parecía la peor pintura de todas: una hecha a escala de grises. Entonces llegaste tú a verme. Y todo adquirió color.
Katie despierta un día en un sitio que para ella es totalmente desconocido. Unas luces blancas están cegándola y algo parece martillear incansablemente su cabeza. No entiende nada.
Pero es una adolescente perspicaz, y todas las señales son claras para entender prontamente que ha sido internada en un hospital. El problema es que ella no recuerda haber estado enferma.
Sentada en una banca, tratando de descifrar qué está ocurriendo, un chico misterioso haciéndose llamar Emmett se acerca a ella y su mundo, que parecía gris, empieza a tornarse muy colorido por su presencia.
Emmett quiere ayudarla a descifrar qué está ocurriendo, así que acude a verla cada día, durante cincuenta días consecutivos. Pero, ¿por qué Katie está sintiendo que ni siquiera en él puede confiar? ¿Por qué él insiste tanto en que necesita verla si son dos desconocidos? ¿Qué es lo que parece esconder Emmett y el resto del mundo?
Katie está a punto de descubrirlo, pero la respuesta podría jugar en su contra.
Todo empieza en el instante que sus miradas colisionan en un encuentro inevitable.
Ana no se permite a sí misma distraerse de sus metas, nunca se lo ha permitido, permanecer enfocada y controlada es su naturaleza y todo lo que ella inspira: Perfección absoluta.
Joshua no necesita esforzarse demasiado para lograr lo que desea, todo lo consigue con una aparente facilidad notoria y envidiable, lo que lo termina enredando en una competencia en la cual su principal rival es Ana, logrando descubrir que él y solo él es capaz de destruir todo el autocontrol que ella posee, y concluyendo que la fachada tan perfecta, no es más que un espejismo.
Dos miradas que desencadenaron fantasmas del pasado.
Dos miradas que se encuentran demasiado tarde como para salvarse.