Konoha estaba siendo cubierta por una nube de tormenta que amenazaba con no marcharse, el ejército de Kumo e Iwa a la distancia se mostraba como un mar sediento de sangre, en el interior de la aldea solo se sentía el nerviosismo y temor de perecer, aunque en sus almas extrañaban al ninja de cabello dorado que hace años fue expulsado de la aldea como el peor de todos.
Para muchos, la Aldea de la Lluvia era un lugar sombrío. Un sitio donde la guerra había dejado cicatrices profundas, donde la desconfianza se respiraba en el aire y donde los ninjas eran criados para sobrevivir, no para soñar.
Pero Dasha nunca fue como los demás.
A diferencia de sus compatriotas, no se dejó consumir por la melancolía ni por la amargura. Donde otros veían un mundo hostil, ella veía una oportunidad. Donde otros albergaban resentimiento, ella elegía reírse de la vida.
Y ahora, por primera vez, ponía un pie en la legendaria Aldea de la Hoja.
Había venido a los exámenes Chunin para probar su valía, sí, pero también para algo más.
Para ver el mundo más allá de la lluvia. Para conocer a los ninjas de otras aldeas. Para reír, para luchar... y tal vez, solo tal vez, para encontrar a alguien que pudiera seguirle el ritmo.
Lo que no esperaba era que su mera existencia causara tanto revuelo.
Un ninja con el ceño eternamente fruncido creyó que la había impresionado con su brutalidad.
Un estratega perezoso se encontró perdiendo la calma con su sola presencia.
Un pelirrojo con la mirada vacía sintió por primera vez algo parecido a la obsesión.
Una kunoichi con un abanico gigante se volvió su inesperada cómplice de travesuras.
Y un chico de ojos salvajes y sonrisa confiada... terminó completamente encantado con su energía.
Dasha pensaba que estos exámenes serían solo una prueba más en su camino.
No tenía idea de que estaba a punto de convertirse en la tormenta que sacudiría a más de uno.