Un día, sin previo aviso, llegó El Capitán, cargando un saco azulado en el hombro y tropezando cada tanto. Trastabillaba un poco al hablar, insultaba a diestra y siniestra y nunca se refería a sí mismo: nadie sabía su nombre y él no pensaba decirlo. Las provisiones en el puerto empezaban a escasear y la última línea de defensa contra el enemigo se encontraba luchando continuamente; el abandono de la base era inminente, para eso es que había llegado El Capitán. A bordo del deslizador de batalla "Huáscar II", él y su tripulación de siete personas tenían la imposible tarea de capturar el puerto más grande de la ciudad para poder evacuar, poniendo a prueba las habilidades de liderazgo y estrategia militar. No quedaba mucho tiempo, pero algo en la mirada de El Capitán le decía a todos que, para él, esa iba a ser una labor sencilla.