Era diciembre de 1975 cuando Raoul se dio cuenta de que nada había cambiado. Seguía haciendo frío en Barcelona y la humedad le calaba hasta los huesos. España seguía siendo gris, un sinsentido de calles que no iban a ninguna parte. Quizás el aire fuese más denso o puede que escuchase más murmullos en la calle, como si el mundo, expectante, aún quisiese callar. Y entonces llegó la música y el chico que cantaba sin miedo y hablaba lleno de esas eses retorcidas que le calaban hasta los huesos. Y Raoul se enamoró, aunque no podía, aunque no debía, aunque no quería. Se enamoró de todo aquello que quería conocer, de todo lo que aún estaba por llegar. Se enamoró de él sin remedio, sin medias tintas. Y se sintió libre por primera vez, aunque el mundo aún se empeñase en enjaularles.