Cerca del puerto, siempre veía solo un barco encallado
Quién iba a decir que ahora, solo veo las cenizas de Juan Mellado
Él me vio crecer, y ojalá, que, con una sonrisa, me vea envejecer
Esposo, padre, abuelo... todo esos eran sinónimos de su ser
Fue una persona muy enérgica, al igual que mi abuela
E irónicamente, gastó demasiado su suela
Lo que caminó, recorrió y viajó, es una locura
Y a esas alturas, la enfermedad que padecía, no tenía cura
Capaz que me contradigo, pero con lo sano que era
Era más probable que yo primero me muriera
Es doloroso ver a tus familiares morir
Y, sobre todo, tener que volver a reír
Pero hay que seguir adelante
Y perseguir ese cuarto menguante
Aunque, si te tuviera una vez más enfrente, me gustaría preguntarte muchas cosas
Y, consecuentemente, dejar de pensarte...
Supongo que, al fin y al cabo, todo es una enseñanza
Elongo tanto para lanzar la lanza
Que me olvido de
Hacer esas básicas alabanzas
Como al verdadero significado de un abrazo
Como al eterno largo de un lazo
Un lazo más allá de lo vivido
Con una convicción más allá de lo sabido.
Si alguna vez sentiste que no podías más, si te rompieron el corazón, si confiaste a ciegas y te apuñalaron por la espalda, si creíste que después del dolor no había nada más, este libro es para ti.
En Valentía II encontramos el reflejo de alguien que supo abrazar el dolor y convertirlo en vuelo, como un colibrí renaciendo después de una noche fría de invierno. Kelbin, una vez más, abre las puertas de su alma para mostrarnos que cada caída no es más que un impulso para ser valientes y continuar.