Church estaba allí otra vez, como Louis Creed temía y deseaba. Porque su hijita Ellie le había encomendamo que cuidara del gato, y Church había muerto atropellado. Louis lo había comprobado: el gato estaba muerto, incluso lo sabía enterrado más allá del cementerio de animales. Sin embargo, Church había regresado, y sus ojos eran más crueles y perversos que antes. Pero volvía a estar allí y aunque Ellie no lo lamentaba, Louis Creed sí lo haría. Porque más allá del cementerio de animales, más allá de la valla de troncos que nadie se atrevía a transponder, más allá de los cuarenta y cinco escalones, el maligno poder del antiguo cementerio indio lo reclamaba con macabra avidez...
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