Perdóneme padre, he pecado.- El olor a agua bendita inundan las fosas nasales de Raguela. El sol ha desaparecido y en penumbras se encuentra la ciudad de roma. Es una noche fría, y aunque Raguela esté abrigada y dentro de una iglesia se sentía helada y desprotegida. -He matado a siete hombres, Siete sucias almas impuras - Continua observando sus manos, mientras las lágrimas cubren su rostro. - Siete demonios, no fuertes, solo marionetas.... muy alejados de la guerra que realmente merezco y que se avecina. -Traga al sentir el seco en su garganta y recordar, poco pero recordaba. Nacida de una madre que una vez le rogó al cielo y no fue escuchada. Lo único que sabe hacer es matar. Ha tratado todo este tiempo de salvar su alma sirviéndole a la iglesia católica. La misma que hace que se destruya poco a poco.