Los miembros de la familia Lan no eran conocidos por ser precisamente normales. De ellos cualquiera diría que no son humanos, que tienen un algo resplandeciente que los hace superiores, un aura de majestuosidad imposible de igualar por el común de los mortales. La tienen pero, por suerte o por desgracia, humanos son. Elegantes, educados, sobrios y de rígida e impecable moral, los valores de la familia Lan son tan antiguos como el propio mundo. Durante generaciones han sido un paso entre lo natural y lo inexplicable, un lazo conciliador entre los exorcistas que se dedican a exterminar y los seres mágicos que no han hecho nada para merecer tal exterminio, o eso dicen por ahí. Han tratado con criaturas de otros mundos y se han enfrentado a los malvados que amenazan la paz y el equilibrio, y tan larga es su tarea como su linaje. Una labor encomiable, sin duda alguna. Sí... los Lan no son precisamente santos de la devoción de los vampiros. Jiang Cheng lleva siglos evitando a las familias de "exorcistas". Y a su propia familia alguna que otra década, porque no hay nada peor que un sobrino adolescente que se va a quedar así por toda la puñetera eternidad y un hermano que no es un vampiro exactamente, que es un mago loco pero hagas lo que hagas el capullo no se muere. Todavía no sabe cómo es que su hermana los aguanta, ni cómo Jin ZiXuan no ha huido después de doscientos años. Perdido en el aburrimiento de la eternidad, se dedica a intentar alimentarse sin tener que volverse vegano y sin matar a nadie (y para los vampiros no es que eso sea tarea fácil) y a visitar galerías de arte. Creía que lo último que quería era cruzarse con un Lan, hasta que acabó acostándose con un Lan. Aunque, por suerte para él, acabó con el único Lan que no practica el espiritismo, pero que ve más allá de lo que nadie percibe.
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