La eternidad se transforma en contradicción, Jiang Cheng desea apartarlo, con un puñetazo, borrar esa mirada de suficiencia que oculta tras su rictus impasible; pero a la vez, desea extender sus brazos, rodear su cuello, atraer ese rostro al suyo, chocar sus labios en una batalla campal donde la sangre sea el estimulante que despegue la emoción, y las llamaradas de la incómoda desazón se extingan finalmente.