Mucho tiempo antes de mi nacimiento, me contó un peregrino sobre un centenar de historias lejos del mundo, colocadas en los confines de tierras salvajes preñadas de magia. Hay, me dijo, otras hazañas oriundas de un continente moribundo que tiene aroma a máquina: allá resuenan los cielos con que sus pueblos devoraron a Dios. Y allá pocas son las coronas hambrientas de estrellas.
Descubrí mucho tiempo después, sobrecogido por profecías de desastre, hace siglos cumplidas en otras vidas; que los pasos de los personajes que han parido esas tierras terminarían arrastrando a todos sus testigos por el mar, para atravesar las ciudades majestuosas a medio hacer, y ponerlos de rodillas ante las obras de los dioses, que han sobrevivido mezclándose con los emperadores mestizos, bañados en la sangre de un mundo lejos del mundo, donde por fin se encuentran con un familiar perfume a magia y a máquina.