X: *risas* Es en serio?! VIENES A PEDIRME PERDON!? POR FAVOR! NO ME HAGAS REIR!- hablo ella para empezarse a reír
X: POR QUÉ?! POR QUÉ HACES ESTO!?- le pregunte desesperado, ella siempre había sido una chica demasiado buena, no lo entiendo, ella sacaba ese lado que nunca nadie lo había hecho, ¿¡POR QUÉ HACE ESTO?!
X: Vienes a pedir perdón? Vamos, solamente digamos que, la UA me entreno muy bien, haré que toda su maldita justicia se vaya al carajo, y como? Ya lo verás, esa chica tierna quedo en el pasado, después de tanto daño, te das cuenta que ser buena gente con las demás personas es una mierda, porque entregarles todo si con lo único que pagarán es con mierda?- dijo
X: Yo nunca te trate así, nadie lo hizo- hable
X: Escúchame bien Katsuki Bakugo, yo Mizuki Sakura, siempre fui tu maldita sombra, me harté de que siempre me vean como la maldita chica buena que no lastima ni a una mosca, mataré a todas las moscas, eventualmente habrá consecuencias, puede ser que la consecuencia ya haya llegado, y esa soy yo, lo lamento, pero me servirás de mucho, quieras a no, tú y tu éstupida actitud me servirán de mucho, solo espéralo, ahora sí me disculpas me tengo que ir, nos vemos luego Kacchan- dijo para después desaparecer entre la oscuridad de la noche
¿Por qué? ¿Por qué dijo que le serviré de mucho? ¿Qué es esto que siento? ¿Será que está jugando conmigo?
No, ella no juega así, la encontraré, necesito saber que es eso tan importante para lo que me necesita
En su vida pasada, Izuku Midoriya fue la emperatriz del imponente Reino de Kamakura. Un alma noble, pura, cuya única culpa fue amar demasiado. A la sombra del trono, detrás del implacable Emperador Bakugou Katsuki, Izuku sacrificó su voz, su luz y su dignidad, creyendo que algún día su amor sería suficiente para ser visto, para ser elegido.
Pero el emperador nunca lo miró.
Desfilaba ante él con sus concubinas y nobles consortes, como si Izuku fuera poco más que un adorno de porcelana en un palacio de oro. Día tras día, su corazón se quebrajaba en silencio... hasta que ya no quedó nada.
Una noche, con la luna como único testigo, Izuku se arrojó al abismo. Antes de desvanecerse, gritó a los cielos entre lágrimas de sangre:
"¡Si alguna vez vuelvo a vivir... juro que no lo amaré! Juro que me levantaré... aunque tenga que arder por ello."
Y los cielos, movidos por la tragedia o por capricho, le concedieron una segunda vida.
Renacido como emperatriz una vez más, Izuku ya no es la flor frágil que marchitaba en la sombra del emperador. Ahora es hielo envuelto en seda, un silencio que corta más que cualquier espada. Se niega a mirarlo, a suplicar, a ceder. Su alma ha despertado... y no está dispuesta a sufrir otra vez.
"Majestad", declara con una voz tan serena como mortal, "Ya no lo amo. Váyase con sus concubinas, con sus juegos, con su imperio. Yo solo quiero vivir sin usted".
Pero al corazón del emperador no le fue otorgada la misma indiferencia. Al perder la devoción que una vez despreciaba, algo despierta en él. No amor... no exactamente. Algo más oscuro. Algo más salvaje.
"¿Por qué ya no me miras como antes, Izuku?" susurra con furia contenida. "No permitiré que te alejes. No permitiré que me olvides. Aunque tenga que destruir este reino piedra por piedra... volverás a ser mío".
Así comienza una guerra sin ejércitos, pero con heridas más profundas que las de cualquier batalla.