Dentro del transporte, el teniente Eric Deirmir permanecía quieto en el puesto designado, con la espalda apoyada contra el duro metal del vehículo y las manos sujetando los protectores de sus rodillas. La mirada vidriosa y lejana estaba clavada en los restos de barro que se asomaban por la punta de sus botas, mientras el sudor le resbalaba por el rostro y descendía por el cuello, hasta perderse en alguna parte del interior del traje de combate...
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