Miedo. Era el único sentimiento, si se puede llamar de ese modo, que recorría en esos momentos mis venas. En realidad, es un estilo de vida, pero como tanta gente sabe, hay que saber vivir con ello. Mi queridísima hermana Silvia estaba en el hospital, con motivo de un ataque epiléptico. Ya le había pasado mas veces, pero aquella vez era diferente. Ni la cafeina, ni el alcohol, ni por muy extraño que suene, el chocolate, consiguió quitarme de la cabeza lo que sucedió aquella noche. Y no creo que nada ni nadie lo consiga nunca. Me acabé llendo a mi casa, porque el sufrimiento que acogían las paredes de aquella habitación de hospital era inaguantable. Mis padres se quedaron con Silvia, y me dolió en el alma no poder estar con ella. Por fin me tumbé en la cama, y me cubrí de pies a cabeza con la sábana, ni siquiera me molesté en quitarme la camisa ancha y los baqueros desgastados que lucía ese asqueroso día. Por cierto, me llamo Ana, y llevo 17 años en este mundo de mierda.
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