Se enamoró perdidamente estando casada. Sin embargo, ese no sería el mayor obstáculo; la diferencia de edad era amplia y él era el sobrino de su marido. Ana estaba perdida. Apenas sí podía sonreír. Su cabeza era un torbellino de emociones y su vida ya no era su vida. Estaba atravesando uno de los momentos más duros. Uno de esos momentos que parecen irreales, lejanos a lo que había soñado para ella y para sus hijos. Y no sabía qué hacer, cómo reaccionar, cómo enfrentarlo. Ana había descubierto un engaño por parte de su pareja; peor, había descubierto que él llevaba a su amante a la propia cama matrimonial. Era cierto que ellos se habían distanciado, pero aun así la desilusión, el dolor y el no saber qué hacer, la llevaron a un estado de angustia permanente. Para Ana, ese fue el punto final de una etapa de su vida y el disparador que le dio inicio a su psoriasis. Sin embargo, no fue el punto final de su matrimonio, un lazo que no tuvo el valor de terminar. Fue durante esos momentos de angustia que apareció Ignacio, un hombre joven que le cambió el ánimo y su dolorosa situación. Él llegó un día de visita a su casa para visitar a su marido, un señor que casi siempre estaba ausente. En esa primera instancia, ese encuentro no le significó nada más que una simple visita de un sobrino político al que apenas conocía. Sí, el esposo de Ana era el tío de Ignacio.