Edgar desde hace meses camina. Casi siempre estamos en el cuarto cuando llegamos del trabajo. Jugamos un rato en lo que mamá trabaja en su teléfono, así que me toca jugar y cuidar de él. Lleva días jugando un juego nuevo. Abre la puerta del cuarto y se echa a correr, ya sea a su cuarto que esté frente al nuestro, o corre directo a la sala o a la cocina, se queda parado en un lugar hasta que yo lo encuentro. Anoche yo estaba cansado, y mi mujer tenía muchos mensajes que contestar, así que tomé un descanso de cinco minutos, y mi hijo jugaba. De pronto, abrió la puerta y echó a correr. Después de unos segundos, salí, pues no hacía ruido. Salí del cuarto e iba directo a su cuarto, pero oí sus pisadas y su risa, lejos, cerca de donde esta mi escritorio, se me hizo raro, pues nunca llega tan lejos, así que voy hacia allá con mi risa contenida, las luces bajas de la casa estaban, pues me gusta tener las del dimmer. Camino un poco más rápido, pues sospecho que agarra mis libros que tengo ahí. Escucho su risita y como me dice papá. Llego donde empiezan mis libreros, una risita más. No lo veo. Solo vuelvo a escuchar papá. Supongo que esta vez se escondió bien. En el rincón donde está la impresora, alcanzó a ver su cabeza. Esta sentado en el piso. Me da un poco de risa, pues nunca había hecho eso. Se ríe. Me acerco a querer prender la lámpara que está sobre mi escritorio. Cuando mi mujer cerca de la puerta del cuarto del niño, me llama. Me pregunta que porque no había ya agarrado a mi niño. Yo me quedo boquiabierto, temblando, y un escalofrío recorre mi espalda, pues en sus brazo llevaba a mi hijo.
Todos cargamos con un poco de locura dentro de nosotros. Y es esa irracionalidad la que lo alimenta, la que dibuja una sonrisa que muestra sus dientes afilados y listos para romper piel y destilar sangre. Él puede olfatear la locura en tu alma como un sabueso entrenado, hambriento de dolor, destiñendo decadencia y muerte. Shhh, no digas su nombre.
Cover Art & Design: Consuelo Parra