'Vainilla. Así llamaban al mejor ladrón y asesino de toda la húmeda y sombría capital británica. Sus robos eran impecables, pues nadie se percataba de ellos hasta días más tarde. En sus asesinatos no cometía ningún error. Cortes limpios, disparos silenciosos y venenos infalibles. Ni con la mejor investigación policial era posible encontrar huella alguna en una de sus escenas del crimen. Lo único que permitía a la policía identificar al autor de esas situaciones era su inconfundible firma, la cual siempre flotaba en el aire tras su huida. Un dulzón y exótico olor a vainilla, sobreponiéndose al hedor de la sangre, era la única pista que los guardias podían conseguir, siendo esta la razón de su singular apodo. Oculto entre las sombras de la niebla londinense, muchos no habían vivido como para haber visto su rostro mientras que muy pocos estaban cansados de tener que estar cara a cara con ese individuo.'