Tommy estaba seguro de que había cosas en esta vida para las que no nació, de hecho, podía señalar dos momentos en específico, dos días, el primero de esos días fue cuando lo conoció, el segundo cuando lo perdió. Enis sin duda era la flor más hermosa que había visto nunca. Lo encontró una tarde de verano, tendido sobre uno de los caminos que llevaba al acantilado, las genistas amarillas envolvían su cuerpo con gentileza, su piel pálida había enrojecido en las mejillas a causa del sol y su cabello dorado resplandecía como las estrellas, tenía los cascos puestos y dormía profundamente. En ese momento, Tommy supo que su vida no volvería a ser la misma.