¿Qué es más doloroso que perder a un ser cuya alma pudiste haber protegido de las garras de la muerte? ¿Será acaso la culpabilidad que ejerces sobre ti mismo por su fallecimiento y por la cuál te sientes un completo inútil? ¿Sentirte una nada en un mundo en el que el todo va en contra a tus anhelos de tener de vuelta a tus brazos a aquella persona que te hizo olvidarte del mundo despoto y cruel al que fuiste traído sin pedirlo? La melancolía hace volver recuerdos que se deshacen como granos de arena en una mente perdida. Desear y esperar el final es lo último que queda por hacer para detener el sufrimiento en el momento en el que te das cuenta lo afortunado que eras con aquello que más amaste, pero que desapareció tan repentinamente de tu vida que es tan difícil de asimilar para ti. Él ya no era el mismo que solía ser antes de perderlo todo, ahora se encontraba entre la vida y la muerte. Avanzando hacia la oscuridad mientras se perdía en ella cada vez más, en la infinita negrura que visualizaba a dónde quiera que su mirada se dirigiese. Cada que daba un paso su mente se volvía cada vez más distante, la realidad se desvanecía y era casi imposible de diferenciar con las alucinaciones por las que se veía obligado a vivir al suministrarle medicamentos que aliviaban momentáneamente el dolor en su pecho. Para si mismo él ya estaba muerto y lo único que podía ayudarlo a salir de ese infierno se encontraba al otro lado del abismo observandole a la distancia, sonriéndole mientras le susurraba que siguiera avanzando por el sendero de sangre que él mismo había creado. Pausa indefinida*.
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