Y cuando Ikaro voló muy cerca del sol, este derritió sus alas de cera mientras él caí hacía el vacío, frío, cruel y profundo.
Pero la caída no fue lo esperado y, debajo de las nubes, el verde mundo lo esperaba para acogerlo entre sus tiernas enredaderas que amortiguaron su caída, mientras que el musgo húmedo lo arrulló y sació su sed de cariño.
Entonces Katsuki se dió cuenta que tal vez todo lo que buscaba había estado allí todo el tiempo, frente él, y no lejos, lejos, lejos, dónde había buscado.