Miraba el enorme barranco frente a mi. El barranco que va directo al mundo mortal.
- Luzbel. - Me llamó Gabriel.
Lo mire por encima de mi hombro, sabía lo que debía hacer. Todos sabían.
Saque mis alas y las extendí, pero no moví ni un solo músculo.
- Tú, Luzbel Estrella De La Mañana, has sido acusado y culpado de traición contra el Padre celestial. Habiendo pruebas se ha dictado sentencia, condenado a vivir entre los mortales...como un caído. - Habló severo. - Yo, Arcángel Gabriel, mensajero de Dios...te destierro del Edén. En el nombre del padre, del hijo y del Espíritu Santo...así sea. -
Sentí la fría hoja de su espada contra mis alas y cerré los ojos fuertemente, a la vez que apretaba los puños.
Un ardor y dolor comenzó a invadirme. Era insoportable, y lo sentía a lo largo de toda mi columna, poco a poco extendiéndose por todo mi cuerpo.
Solté un ronco gruñido, pero mordí el interior de mi mejilla para no soltar ninguno más, pues no les daría el gusto de deleitarse con mi sufrimiento.
Me giré lentamente, más que nada por el dolor que invadía mi cuerpo, y mire a todos.
Mis hermanos me miraban con pena, con lastima, algunos con odio.
Claro, para ellos soy el sucio traidor que actuó en contra del Señor. Perdónalos, Padre, porque no saben el error que cometen.
El verdadero traidor aún camina entre ustedes, hermanos. Abran los ojos antes de que sea tarde.
Mire al más pequeño y joven de mis hermanos, Amenadiel. Tenía los ojos llorosos, pero su postura era firme.
Sonreí de lado, orgulloso de mi pequeño hermano.
- Volveré. - Fue lo último que dije antes de dejarme caer hacia el vacío.
Y aquí voy...cayendo hacia el mundo mortal y desconocido.
Adiós, mi precioso hogar...mi bello y perfecto Edén.
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