No he dejado de soñar desde que la vi. Tan perfecta, que no para de seducir, aún con la distancia en medio de todo. Y yo corriendo, aprovechando la tormenta, para declarar mi amor a primera vista, empapado, sin poder pensar, pero seguro de los hechos.
Era mi costumbre llegar después de la una a casa. Después de todo, en algún momento tenía que comer algo, y las frituras de la calle provocaban terribles dolores de estomago, que a veces tardaban días en quitarse. No tomaba medicamentos, pues mi educación y experiencia con ellos no dejaba pie a duda: en mi organismo, un placebo podría resultar nefasto, ya no digamos una medicina realmente potente. Y aprovecharía para terminar algunas tareas y sentarme a cambiarle de canal una y otra vez, aburrido de la televisión, pero seguro que en este día no encontraría nada más divertido.