Cigarrillos en la miel

Solemos hablar de amor como si en realidad lo entendiéramos, como si lo viviéramos a diario. Yo no entendía del amor, al menos no del romántico, quizá porque nunca lo había experimentado, no ese amor que te hace rebelarte ante todo y ante todos, ni el que te hace querer saltar a un precipicio sin medir las consecuencias, tampoco de aquel que te hace soñar con un futuro, una casa, hijos y un perro. No sabía si todo aquello que alguna vez había leído del amor era verdadero, aunque en realidad esperaba que no, porque el tipo de historias que a mi me gustan son las imposibles, las trágicas, las que te hacen agotar tus reservas de pañuelos y que te dejan un vacío en el pecho y un nudo en la garganta. Tengo la teoría de que esos amores imposibles son los más duraderos, porque lo que realmente se ama es la añoranza, los recuerdos que se tienen de la otra persona. Y el ser humano es tan extraño que recuerda más los buenos momentos cuando está lejos de ese ser que en la distancia jura haber amado como a nadie nunca. No valoramos lo que tenemos, sino que deseamos lo que no pudimos tener, lo que nunca pudo ser.