Recuerdo nuestro primer contacto en la estación. Él trabajaba de guardia y a mi se me había perdido la maleta (y casi el tren de vuelta a casa), me acerqué a ver si podía ayudarme y con gusto lo hizo. Me la había dejado en el baño, un pequeño lapsus mental que solo me pasa a mí. Pero ahí, empezó todo, nos intercambiamos los números y las conversaciones eran desde la mañana hasta la noche cerrada, todos los días. Había videollamadas tontas, risas, lloros, conversaciones interesantes y un sin fin de cosas más... ¡Bendito Whatsapp!