Desde pequeña me gusta jugar con el fuego. Recuerdo las navidades de cuando era pequeña. Mi madre tenía como tradición encender una vela en las comidas y cenas de navidad y ponerla en el centro de la mesa. Yo siempre cogía la vela y empezaba a tocar con el dedo la cera fundida, apagaba la llama apretándola con el dedo índice y el pulgar y la volvía a encender con una cerilla y allí me quedaba, mirando aquella llama, sin saber por qué me llamaba la atención de esa forma, lo que averiguaré al hacerme mayor. Quizás por ese gusto al riesgo, no me da miedo encontrarme ahora mismo en el borde de la Torre Willis, de 442 metros de altura, situado en el estado de Illinois, sintiendo como la adrenalina corre por mis venas mientras el aire frío roza mi piel. Nunca me había sentido tan libre. Este viaje esta siendo toda una montaña rusa.