Y el primer día que llegué, tras haber dejado todo en mi fraternidad, fue cuando cruce miradas con un chico. Un moreno alto, como de 1,80 cm; sus ojos verdes tenían una mirada que al cruzarla, daba escalofríos, hablaba con un acento latino que me encantaba, y llevaba una sonrisa blanca, perfecta, que desde lejos se notaba que el motivo por el cual la llevaba era por burlas que hacía con su estúpido grupo de amigos. ¿Quién diría que terminaría de esa forma? Bajo sus pies, embobada por su forma de ser, actuar, reír y de hablar con ese estúpido pero lindo acento que hace que se confunda las palabras. Todo parecía color de rosa, pero estaba segura que en cualquier momento las cosas se estropearían, y así fue. Pero; lo hecho, hecho está. Y ni el, ni yo podíamos olvidar todo como si nada hubiera pasado, aunque debiéramos alejarnos. De todas formas, siempre había algo que hacía que nos volviéramos a encontrar.