Llueve. Diluvia. Las calles están abarrotadas de gente que camina apresuradamente con sus paraguas y maletines. Yo ando despacio y sin rumbo, agitada por los empujes constantes de la gente que pasa a mi lado. No logro distinguir mis lágrimas de las gotas de lluvia. Veo su cara en todas partes, es como si mi cerebro estuviese jugando conmigo, como si estuviese empeñado en recordarme una y otra vez que no le volveré a ver. Nunca jamás. Lo único que me queda de él es esta sudadera gris y miles de momentos que no cambiaría por nada del mundo.
-Vuelve, vuelve.-digo entre sollozos. Pero sé que no lo hará.
¿O sí?