Hablo poco y siento mucho. Las emociones guían mi palabra y mi palabra debería guiar a la emoción, decirle que frene o se expanda, porque mi palabra es mi razón. Es el por qué del caos que se forma alrededor, el sótano oscuro o la boardilla de la casa embrujada, llena de entidades que son lo que siento respecto a ese punto fijo. Y giran todas al mismo tiempo, al ritmo de un sentimiento, creando un marrón apagado que es el resultado de ese arcoíris explosivo en el pensamiento. Pierden el contorno y su nitidez, y fluyen demasiado blandos. No hay suficiente espesura ni textura en las ceras que me dibujan garabatos en el cerebro, ni suficiente certeza cuando abro la boca para traducirlos. Me salen nudos con purpurina.
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