Él era un omega hermoso, todos los alfas querían que portara su mordida o por lo menos poseerlo, era uno de los omegas más hermosos que jamás podrías ver pero que su hermosa apariencia no te engañe, su dulce apariencia ocultaba algo letal, tenía algo especial en su aroma, por alguna extraña razón sus feromonas mataban a los alfas actuando como un potente veneno del cual en poco tiempo acababan con tu vida.
-Me casaré con el alfa que no muera a merced de mis feromonas, padre- dijo un Louis confiado en que eso no iba a pasar-. Aunque dudo que haya alguien que sea lo suficientemente estúpido para acercarse a mi en cuanto sepan quién soy, ya sabes, la rosa del desierto tiene la fama de ser letal.
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-¿Cómo es que aún estás vivo?- exclamó sorprendido y aterrado por ver a aquel alfa aún con vida. Esto era imposible, no estaba pasando.
-¿Disculpa? No tenía planes de morirme hasta dentro de un par de años... ¿O acaso me habías puesto algo para matarme?
-No puede ser, ¡deberías estar muerto!- gritó dando vueltas por la alcoba, había ocurrido lo impensable y ahora tendría que casarse
-Pues sigo aquí, tu plan para matarme falló querido Omega
-¿No lo entiendes verdad?
-¿Entender qué?
-¿Acaso no sabes quién soy?
-¿Acaso debería saberlo?
-¿La rosa del desierto te suena?
Silencio, el alfa quedó completamente mudo, ahora entendía todo.