Amarlo a él era lo prohibido, lo imposible. Sobrevolar la más alta nube, sumergirse en el más profundo mar, adentrarse en la más densa selva. Él era pura ironía: Amarlo al ver la pasión en su mirada, la luz en su sonrisa, la serenidad en su corazón. Pero a la vez odiarlo al ver el vacío en sus ojos, la oscuridad en las palabras que escupía su boca, la maldad de su ser. Amar desconfiadamente, amar incondicionalmente... Amarlo suponía tener el fuego en mis propias manos. Y yo, bueno, supongo que me quemé.
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