A los 7 años encontré una paloma herida en el jardín trasero, y fue eso lo que despertó aquello que hasta ese momento había permanecido dormido. Tomé a la paloma y la llevé detrás de un árbol, recogí mi rojizo cabello en una coleta y me puse manos a la obra; empecé arrancandole las plumas de las alas una por una, luego con mi mano tomé la cabeza y la estiré hasta que estuvo separada del cuerpo, mientras que lo demás es historia. Hacía eso cada vez que podía, y cada vez que una víctima se cruzaba en mi camino, como el gato de la hermana Teresa. Me han llamado psicópata, loca y muchas otras tontadas, pero me gusta que lo hagan, porque cada vez que esas palabras son pronunciadas algo en mi estómago aletea, lo sé soy rara...