Jotaro no había podido dejar de verla al apenas llegar al lugar. La había visto danzar, cantar y mirarle con perspicacia. Había sentido el roce de la pierna golpear su cadera a manera de juego, mientras su mirada avispada le seguía con diversión y anticipación. Sus ojos violetas, del color de las lilas. Su cabello rojo, apenas trenzado, cubierto de ramas finas, flores silvestre y trozos de tallos verdosos que no lograban competir con la intensidad del rojizo de aquellas hebras rebeldes.