Sentada frente al pastel de su 35 cumpleaños, Valentina sabe que algo en su vida no encaja. Tiene todo lo que siendo publicista suele vender como la imagen perfecta de la felicidad: un marido que la ama, una preciosa hija, un trabajo que le gusta y una buena casa. Pero la realidad en su interior es otra y, sin poder evitarlo, rompe a llorar antes de soplar las velas.
Luis, atento como siempre, la acaricia pensando que sus lágrimas son fruto de la emoción del momento y le dice que pida un deseo. Al escuchar la palabra deseo, Valentina se da cuenta de que eso es lo que falta en su vida, la intensidad de vivir lo que años atrás saboreó a medias.