La sangre emerge a borbotones del cuello de Eduardo. Las pupilas antes magnas, comienzan a reducirse mientras sigue en sus vanos intentos de pronunciar palabra alguna. El malhechor ríe junto al puñal ensangrentado posado rígidamente en su mano. Nos mira arrodillados y maniatados con rostro pícaro. Deseoso del postre que tiene ante él. Las flamas danzan sobre el carruaje que antaño debíamos proteger... Pensándolo con detenimiento ya era impropio el cometido que se nos solicitó. ¿Porqué dejarían al gentío de bajo linaje manejar tal valiosa carga? Los bandidos poseen sublimes vestas que dejan ver las perras (guita) que gozan. Uno me incorpora de mala manera empecinándose en que al levantarme cayera de nuevo por mis atados miembros. Sueltan mis ataduras e insisten en finalizar la faena de mi ya interfecto camarada...All Rights Reserved