Hijo del Diablo 2
El fuego no se dejaba vencer y el no era la excepción, con su mirada en alto, sus ojos fríos y su mirada penetrante, caminaba por el bosque esperando que la luna llena estuviera en su punto medio, en el punto en donde alumbrara todo, en donde su luz sea lo más hermoso que veas en ese pequeño momento de tu vida, de su vida, en donde ella brilla tan hermoso, en donde la miras y caes en la realidad de que ella seria tu compañera en este viaje sin retorno, y sus razones eran más fuertes que su dolor, y no le importaba nada, porque cuando corría hacia la nada y hacia todo, cuando el viento frió y la llovizna de la selva lo mojaban, nada más importaba, y todo parecía tener sentido, todo parecía estar bien, todo parecía valer la pena, y cuando la tocaba todo era perfecto, y cada puta pieza del rompe cabezas encajaba y todo valía la pena, cada lagrima, cada dolor, cada gemido tenía su razón, y era ella, la miraba y todo desaparecía y se tornaba mágico, y quizás nada estaba bien, pero se miraban y el mundo se paraba, y todo era hermoso y tenía sentido, el sentido que tanto el busco, la vida que tanto anhelo, y eran ellos dos contra todo, y era como el algún día se lo imagino, cuantas noches preguntándote como era el amor, y ahí tienes la respuesta, estás cayendo, o estás volando? Y no le importaba hallar la respuesta, porque quizás ya la sabía.
Y sus almas a estaban hechas de fuego, y su mirada tenía la fuerza de mil demonios y quinientos infiernos juntos, y no, no se dejarían vencer, porque con cada luna llena el se volvía más fuerte, más poderoso, y el dolor ya no era tan fuerte y ella estaba cada día más hermosa.
El sonido de la moto cortaba el silencio de la noche como un rugido salvaje.
Azael no miraba atrás. Nunca lo hacía.
Sus ojos ocultos, tras las gafas oscuras, reflejaban la carretera como un abismo. Bajo la cazadora de cuero, las cicatrices que cruzaban su espalda ardían como si alguien las hubiese dibujado con fuego. No recordaba cómo se las hizo. No quería recordarlo.
Lo único que sabía era que había algo dentro de él que era normal. Algo que latía diferente, que lo separaba del resto. No era solo su forma de hablar con voz ronca y segura. Era algo más oscuro. Más antiguo.
Y por eso estaba huyendo.
O eso creía...hasta que apareció ella.
Una chica con mirada de diosa y boca de pescado. Piel de luna, alma de tormenta. Selene.
Desde el primer día, lo odiaba. Lo sabía sin necesidad de palabras. Le odiaba por cómo caminaba, por cómo la miraba, por cómo la hacía sentir. Porque con un solo roce de su voz, ella se encendía por dentro.
Y lo peor era que él también lo sentía.
La necesitaba.
Pero si la tocaba...se destruirían.
Porque el mundo que los rodeaba no era tan humano como creían.
Porque los secretos de ambos eran más oscuros que sus miradas.
Y porque cuando el fuego y la oscuridad se rozan...arde todo.