Me encantaba conducir de noche, bailando con mi soledad al arrullo del motor y mi música triste, aprovechando el tiempo que me quedaba en un último alarde de autonomía. Hasta que te encontré en aquella curva donde tuviste que estrellaste para intentar ser libre, para escapar de ese tenebroso mundo oculto tras barras de neón, donde eras poco más que un cubata con que alegrar la noche de cualquiera. Y nos ocultamos y creímos escapar; y nos encontraron y creí que me abandonabas; y volviste y te amé ciegamente. Pero esto no es Prety Woman, ni yo Richard Gere.