La vida transcurre con cada luna que nace y cada luna que muere. En mis cuarenta años, la vida me enseñó a amar, a llorar, a jugar, a perder, pero sobre todo a seguir avanzando en este sendero llamado vida. Cada luna es un momento en mi vida, es una persona que me marcó y sigue presente en mi memoria y en mi corazón, es una situación que dejó una herida, una cicatriz que me recuerda cual frágil puedo ser. Nosotros amamos, besamos, nos perdemos y aprendemos con cada luna...