La suerte nunca ha estado conmigo, el asesinato que presencié es la prueba de ello. Me encontré en el momento equivocado a la hora equivocada y ¿qué iba a hacer? Exacto, acudir a la policía. El caso es que soy un testigo primordial para encontrar al asesino, y el problema es que debo entrar a una especie de protección de testigos.
Lo malo de todo esto es que soy huérfana, robo para sobrevivir y no me fío de nadie, ni siquiera del inspector de policía con el que me veo obligada a vivir, que, más que un agente de la ley, parece un modelo sacado de una revista. Tiene un carácter horrible, pero no me importa porque no tengo tiempo para pensar en eso porque, como todos, tengo mis secretos y esos secretos son cuatro niños que, como yo, no tienen a dónde ir.
Mi deber es protegerlos y darles una buena vida, asegurarme de que están bien, pero el inspector cada vez me lo pone más difícil. Es imposible que me centre en mi deber con semejante dios de la sensualidad vigilándome.
Como ya he dicho, la suerte nunca ha estado conmigo, menos ahora que el inspector que me custodia hace que me quede embobada mirándole y olvidando así mis responsabilidades. Tengo que centrarme y buscar una salida, necesito proteger a los niños, pero él no me lo pone fácil. ¡Ayuda!
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