El aire se volvió pesado. A cada lado del sinuoso valle se encontraban, inmóviles, todos y cada uno de los adversarios. Siempre se ha dicho que las batallas sólo cuentan historias de honor y territorios perdidos, pero esta vez no. Esta vez la batalla contaba una historia mucho más pura, el amor. Quien dijo que un Dios era invencible no conocía el poder que tiene el amor sobre el alma de una persona.
Y ahí estábamos, dispuestos a morir por vivir un poco más. Alzaron las manos, como si de una señal se tratase, y, de repente, miles de guerreros se enzarzaron en una batalla campal.
Sin embargo, entre tantos ojos él no podía dejar de mirar a un solo objetivo. Ares, cansado de vivir a la sombra de su rival corrió hacia él con los ojos del fuego, pero en su camino no lo encontró. Nathan controló sus ataques, pues sabía bien lo que era luchar por el amor de alguien que ya tenía dueño, fundiéndose en una pelea a muerte.
Iba a acabar con él, Nathan moriría a manos de Ares.
Pero entonces, Ethan le asestó el golpe final.
¿Moriría a manos de el ser que amenazaba con arrebatarle lo más preciado?