Ser un adolescente de por sí ya es muy complicado, pero ser un delgado rubio, medio hipster, antisocial, con un móvil por mejor amigo, y al que todos creen afeminado, es algo realmente complicado. Y más si eres el hijo adoptivo de Daniel Claytton.
Y aunque la torpeza no es hereditaria (ni por medios adoptivos, ni por sangre), Dylan y Daniel parecen tener eso en común (aparte del cabello rubio, claro).
Pero lo peor no es eso, lo peor es ir al instituto y demostrar la torpeza Claytton, ser tachado de renacuajo rarito y quedar exiliado de por vida de esa habitad salvaje llamada: popularidad.
Ser Dylan no es fácil, y menos si todo está en tu contra.