¿Sabías que una semilla, antes de convertirse en planta, tiene que romperse?
Desde afuera parece un fracaso, algo pequeño que se quiebra y desaparece en la tierra oscura. Pero esa ruptura no es el final, sino el inicio. El dolor de abrirse paso bajo la tierra es la que permite que brote vida nueva. Sin romperse, nunca germinaría.
Así ocurre también con nosotros; a veces sentimos que nos partimos en pedazos, que todo se oscurece y que no hay más que tierra alrededor. Pero en esa grieta, en ese proceso lento e invisible, se está gestando algo más profundo.