Mi vida no era precisamente un camino de rosas, mas bien, de espinas que me iban pinchando a medida que avanzaba, pero lo peor de todo era no poder decirle lo que sentía por el todo este tiempo, no poder decirle que cada vez que pasaba por delante mía, los segundos, se volvían minutos, congelados en el tiempo, que recuerdo perfectamente la primera vez que me dirigió la mirada, esa mirada, misteriosa, cálida e inquientante, esa mirada que producen esos ojos color avellana, un color avellana que es capaz de adentrarse en lo más profundo de mi ser, y hacer que me sienta de una manera especial, la manera que solo él sabe hacerme sentir.